jueves, 27 de septiembre de 2018

Hogar Roto


-La comida es para comerse, no para jugar con ella- reprendió aquella fría e irritante voz.
Connor puso toda su fuerza de voluntad en no rodar los ojos.
Aquélla no era la primera ocasión que su familia iba a casa de Moira a comer y, para entonces, ya debería de haberse acostumbrado a esa mujer tan hostil. Aunque por otro lado, no era tan sencillo.
Mia le dirigió una mirada de simpatía desde el asiento a su izquierda, al otro lado de la mesa rectangular del comedor. El pequeño le correspondió con una leve sonrisa, casi imperceptible en caso de que su abuela aun tuviese la mirada sobre él. Puede que el jovencito llevase en esa familia tan sólo dos años pero ya había aprendido qué precauciones tomar respecto a cada quien.
Todo ese asunto de las comidas tan calladas y frías en casa de su abuela paterna los fines de semana resultaban un ritual totalmente extraño para él. Hace cuatro años, cuando su madre aún vivía, todo era mucho más ameno. Puede que en ese entonces su padre ni tuviese conocimiento de su existencia, pero lo que sobraba en la familia del chico era cariño. Sin embargo, dos años después de la muerte de su madre en un accidente automovilístico, una amiga de la fallecida se enteró y confesó a las autoridades la identidad del padre de Connor. Unos cuantos días más tarde Oliver Queen se apareció en el orfanato y, ese mismo día, el muchacho incluso ganó dos hermanos.
Al principio a Connor le había dado un poco de coraje que su presunto padre tuviese una vida tan establecida mientras que la suya se había derrumbado irremediablemente hace poco, pero realmente no podía culparlo; la amiga de su madre le había contado porque la mujer que lo había traído al mundo jamás dijo al hombre que habían concebido un hijo: lo suyo había sido sólo un verano de estudiantes. Podía sonar duro, pero Connor lo entendía, su madre no había querido que un simple desliz le dejara atada desde tan joven a un sujeto que apenas y había conocido.
-Niño, ¿estás oyendo? Deja de jugar con tu comida- la horrible voz de Moira lo trajo de vuelta al presente, donde claramente nadie quería estar... ni siquiera la dueña de la Mansión. Quizás ella amaba tener a sus hijo ahí, pero en cuanto a los nietos (un recogido, una adoptada y un bastardo, como ella misma les había llamado cuando creía que no la estaban escuchando)… la mujer prefería mantener su distancia.
La verdad, todos parecían aburridos a más no poder. Moira, en la cabecera, Thea a la derecha de su madre, al otro lado de ella se encontraba sentado Roy y junto a él Mia. A la izquierda de la “feliz abuela” estaba sentado Oliver y, a lado de él, Connor.
Thea lucía casi tan aburrida como su sobrino menor. En ese momento, la joven preferiría estar con su novio; llevaban casi dos años de relación e iban a contraer matrimonio dentro de unos cuantos meses. Lo mejor es que la chica había llevado a cabo varias pruebas y experimentos  y no, él no la buscaba por su dinero. Hace años que no se sentía tan feliz.
Oliver, por otro lado, se encontraba 100% soltero, Dinah había vuelto a terminar con él hace un par de meses. ¿Razones? Eran obvias, ella merecía a alguien mejor. Oliver sabía aquello, pero no lo hacía más fácil de sobrellevar, además desde entonces todos sus hijos y su hermana estaban como enojados con él. Ah, pero faltaba la cereza del pastel: Moira también se había molestado. Al parecer todos estaban de acuerdo en que Dinah era perfecta (Rayos, hasta él estaba de acuerdo…) Lo último que al Vigilante se le antojaba era estar atrapado en uno de aquellos incómodos almuerzos en casa de su madre.
En cuanto a Mia, bueno, ella era de entre los tres la que Moira menos detestaba. Quizás era por el hecho de ser mujer. La antipática madre de Thea y Oliver a veces miraba a la arquera como si aún tuviese esperanzas de convertirse en lo que ella definiría como una dama o, como también había expresado, en una señorita de clase.
Roy era un asunto totalmente opuesto. Su “abuela” lo había detestado desde que Oliver lo adoptó cuando el chico tenía seis años. “¡¿Qué puede esperarse de un mocoso criado en ese ambiente tan salvaje, Oliver?!”, había gritado al teléfono cuando recibió la llamada desde la reserva Navajo en Arizona “¡Nada, Oliver, nada!” espetó horrorizada con lo que su hijo quería hacer, “Oh, ¿qué va a decir la gente?”, se lamentó después. Por suerte para casi todos (porque para Moira no), Oliver había llamado para avisar, no para pedir permiso u opiniones. La decisión ya la había tomado, le gustase a quién le gustase. Desgraciadamente, la mujer no cambió de opinión con el paso del tiempo.
Respecto a Connor… “Bueno”, había dicho Moira, “al menos ese sí es tuyo”… eso no implicaba que su abuela y él llevasen una relación agradable, pero al menos no era tan hostil como la que llevaban la mujer y Roy (ninguna era tan hostil como la de Moira y Roy).
-Enserio, Oliver, este mocoso grosero no hace caso- replicó la anfitriona rudamente, dirigiéndole a su hijo una mirada de reproche.
Oliver puso una mueca de fastidio y dejó sus cubiertos. No le exigía a su madre que fuese Mary Poppins con los chicos, pero al menos sí le pedía un poco de respeto con ellos, ¿sino para qué los invitaba?
Lamentablemente, antes que él pudiese decir algo, otra voz lo hizo.
-Quizás comeríamos más a gusto si no hicieras el ambiente tan pesado- propuso Roy con aburrimiento en la voz y sin siquiera levantar la mirada de su plato.
Mia no pudo evitar que una pequeña sonrisa se plasmara en su rostro, aunque ésta se camuflajeó a perfectamente cuando Oliver la miró de manera fugaz.
Connor, por otro lado, se sintió un poco incómodo. No quería que su hermano se metiera en problemas por su culpa. Ya bastante había sido con la discusión que habían tenido su padre y Roy en casa.
“No voy a ir”, había declarado Roy muy decidido, “hay mejores formas de echar a perder mi fin de semana”. “Es tan sólo un par de horas, Roy”, replicó Oliver, “Mira, hazlo por Thea. Ella tiene ganas de verlos” había insistido. “Ahora resulta que Oliver Queen, el egocéntrico #1 de Star City va a dar clases de solidaridad cuando no hace más que joderle la vida al mundo”. Oliver había lucido muy molesto con esa respuesta, el por qué decidió dejar todo en una advertencia era un misterio para todos. “Te esperamos en el auto, tienes diez minutos” fue lo único que dijo, con una seriedad de miedo, “y si tengo que bajarme por ti, te sacaré de la casa de la oreja, ¿entendido?”.
Conner no veía ninguna razón en particular por la cual Roy considerase una buena idea discutir con Oliver en ese momento. Últimamente el hombre estaba de un carácter que ni él se soportaba.
-Roy- le advirtió severamente Oliver.
Ya muchas veces antes habían pasado por situaciones similares. Todos sabían que cuando Moira se pusiera así lo mejor era ignorarla, no seguirle el juego.
-Oliver- lo imitó el joven, sin mostrar interés en lo absoluto.
-¡Hey, muchacho!- le llamó, con el tono de exasperación que sólo utilizaba cuando en verdad no estaba de humor.
Roy rodó los ojos y levantó la mirada hacia su guardián.
-¿Qué?- replicó indiferentemente.
Oliver se puso de pie y le hizo una seña a Roy para que lo siguiera a la sala de estar, que estaba un poco más alejada del comedor.
Roy se levantó de la mesa también y siguió a su padre. En todo caso era mejor discutir con Ollie que quedarse en la mesa con Moira y ese silencio sepulcral.
Una vez ahí, Oliver se pasó la mano por el rostro para no perder los estribos. Estar en esa casa tan sólo le provocaba estrés.
-En situaciones así ya sabes que me encargo yo. ¿Por qué no intentas mantener la boca cerrada?- lo regañó al fin.
-¿Y tú por qué no intentas mantener los pantalones puestos?- contestó. Al reparar en la mirada estupefacta de Oliver, Roy añadió sin vacilación- Quizás así Dinah no hubiese terminado contigo de una -
Si ya con la primera respuesta Oliver había decidido que la actitud del chico no le gustaba, con la segunda ya quería abofetearlo.
Pero que quede claro que él no era el único sorprendido, todos en el comedor también se habían quedado boquiabiertos, después de todo a ambos lugares los separaba tan sólo un muro no muy largo con un amplio arco en vez de puerta.
Oliver no lo abofeteó- aunque ganas no le faltaban- en lugar de eso, atravesó el espacio entre ellos a grandes zancadas y con su mano izquierda tomó el brazo izquierdo de Roy, obligándolo a reclinarse un poco sobre el descansabrazos de uno de los sillones, después con su mano derecha comenzó a descargar palmadas con tanta fuerza como pudo.
Roy se alarmó un poco pero, consciente de la casi inexistente distancia entre ellos dos y todos los demás, trató de permanecer tan silencioso como pudiese… a pesar del dolor que le causaba la pesada mano de Oliver. Sin embargo pronto comenzó a tratar de soltar su brazo de la mano de su padre, que al cabo eso ni ruido implicaba. 
Como Arsenal, el resistente material anti-balas de su traje lo protegía de múltiples moretones y del dolor que ciertas caídas o golpes le pudiesen causar. Lamentablemente, como Roy, tan sólo sus jeans lo protegían de sentir todo el impacto de la mano de su padre.
La verdad es que no se esperaba que Oliver perdiese tan rápido los estribos, pero no se arrepentía. No había hecho más que decir la verdad.
Una palmada particularmente fuerte lo sacó de sus pensamientos.
-Agh…- se quejó involuntariamente.
-Deja de moverte- fue la fría instrucción del hombre. No sabía que tenía el muchacho, pero ya llevaba tiempo comportándose bastante grosero con él.
Roy no le hizo caso, pero pudo notar la molestia en la voz de Oliver. Además, las palmadas se hicieron más fuertes y comenzaron a golpearle sin piedad también en los muslos. Entonces sí el joven tuvo que poner verdadero esfuerzo en mantenerse callado… no le quería dar al tipo la satisfacción de saber que le dolía.
Oliver rodó los ojos cansado de la actitud obstinada de Roy y procedió a tomar medidas más drásticas.
Aunque Oliver aun no le había soltado el brazo, Roy se sintió un poco aliviado cuando dejó de sentir los golpes. Al parecer no consideró todas las posibilidades.
-¡AAUUU!- aulló de dolor cuando sintió un sorpresivo correazo en la parte trasera de los muslos.
Jodido Oliver y su jodido cinturón.
-¡Ay!... ¡Ya!..¡Au!...¡Déjame!- comenzó a gritar entre alaridos de dolor. Vaya que Oliver se las estaba cobrando. Estaba descargando correazos a diestra y siniestra, tan rápido como si no hubiera mañana.
No tomó mucho para que Roy comenzara a llorar en silencio, a lo mucho dejando escapar entrecortados sollozos.  Mierda, que odiaba al tipo…
-Ahora sí, hijo- habló Oliver, aunque sin detenerse- ¿Me vas a decir qué te pasa o quieres seguir así? Porque créeme que con esa actitud esto se va a repetir antes de lo que te imaginas- le aclaró y se detuvo, dándole unos instantes para responder.
Roy frunció el ceño aún más pero no le dijo nada ni lo miró. Antes prefería recibir más golpes que dirigirle la palabra a Oliver.
Pasado un rato, el hombre comenzó a desesperarse. Ya no quería pegarle a Roy, pero el joven no se la estaba poniendo nada fácil. Puede que el chico tuviese 16 años, pero verlo llorar así traía a la mente de Oliver los recuerdos de cuando era despertado a media noche por un pelirrojo de siete años que había recién había tenido pesadillas. En ocasiones así, el chico ni se limpiaba las lágrimas ni se ponía tenis antes de salir de su habitación lo más rápido que pudiese con rumbo a la de su guardián. Oliver negó con la cabeza, ese tipo de memorias eran las que lo hacían sentirse mal por castigar a sus hijos, pero se recordó a sí mismo que Roy se lo había buscado.
-¡¿Qué sucede contigo, Roy?!- le insistió, algo harto de todo lo que había estado pasando últimamente, las presentes circunstancias habían sido la gota que derramó el vaso- ¡¿Qué quieres?!-
Roy de pronto sintió mucho coraje. Oliver estaba de malas esos días, no era su culpa y aun así la habían descargado contra él. Se soltó como pudo y, con todo y lágrimas en la cara, enfrentó a Oliver.
-¡Quiero a mi madre de vuelta!-
El empresario observó anonadado como su hijo le dirigía la mirada de odio más profunda que le hubiese dedicado alguna vez antes de dar vuelta y alcanzar a zancadas la salida de la Mansión. Quiso ir tras él, enojado por su comportamiento, pero por alguna razón fue mayor la intriga que le dejaron las palabras del crío.
¿Su madre?
La madre de Roy había muerto cuando el chico tenía a lo mucho cuatro años y casi no la recordaba, era poco probable que hablase de ella, ¿pero entonces quién, si…?
De pronto la realidad lo abofeteo con guante blanco.

Su madre… Dinah. 

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